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Vacíos resueltos 

Hay una noción nueva, que parecía inconclusa. ¿Es posible que la vida nos resuelva aquello que conscientemente no podemos?

 

Parecía, por mucho tiempo, un territorio por el cual no se podía Ser, un camino que parecía abierto por la comodidad, por el silencio, por una atmosfera que prometía seguridad: olor a comida, una cama caliente, la sintonía a la hora del juego, ¿qué jugar? Se inventaban juegos y luego los jugábamos. Había algo así como un acuerdo, un contrato que permanecía retratado y capturado en algo tan conocido y vivido, transformado, por las  necesidades de una familia que decidía expandirse. Ese acuerdo se llamaba casa.

 

Casa en el sentido más resumido, una construcción perfecta, paredes antisísmicas, un vitral colorido invocando por siempre al mar, una estufa de oro y en forma de pirámide reclamando el fuego del cielo o de las manos que decidían prender el fuego, un jardín sembrado y florecido, con paredes verdes, flores multicolores, el olor al recién nacido en cada mañana que algo soñaba y despertaba con el frio del agua, una voluntad que aspiraba un nuevo día y decidía regar.

 

Una casa hecha a la medida, porque hubo un hombre sostenido por su familia con visión, una visión que no solo era de ese hombre, sino de la alegría que conocía e la mujer que desprendía su eterna abundancia. Algo que él nunca había imaginado y que suscitaba a la muerte y al olvido de lo que él supo conocer y de lo que, luego, permitió Ser.

 

Fotografía: Vinicius Taborga

 

 

 

 

 

Fotografía: Vinicius Taborga[/caption]

 

 

 

 

Fotografía: Vinicius Taborga[/caption]

 

 

 

 

 

 VACÍOS RESUELTOS

Altamira Galería, La Paz – Bolivia (2024)