Flor
La casa ha entrado al jardín y el jardín ha entrado a la casa. No se sabe si es de día o si es de noche.
Encima de la estantería, frente al ropero, dentro de un marco de vidrio, hay un dibujo de un ramo de flores. Las flores son distintas a pesar de que están unidas por el mismo tallo: el pensamiento, la margarita, la rosa, el geranio y el clavel.
De cada flor, un pétalo es distinto del resto. Del pensamiento al clavel hay un pétalo que es más viejo y más seco: el libro.
Dormido o despierto, hay un hombre joven y de manos largas en la habitación. Un pequeño guardarropa cerrado por fuera. Los intentos retumban y nadie responde. Los golpes fracasan y se pierden como espumas en el aire. Y no hay modo de que pueda salir. La flor está enmarcada en sus sueños.
En el centro de la casa las paredes son ventanas: la estantería y el ropero de madera, la puerta y un espejo. Y en su extensión, el niño que juega: un paisaje que el hombre ya ha olvidado.
En el marco de vidrio se extiende una llanura de tierra negra; en el medio, la flor de flores. Un hombre viejo y de manos largas hunde las rodillas en la humedad, poda el tallo para que las flores se conserven bien, recibe los pétalos secos, limpia y riega las raíces. Moja las manos en el frío del agua y abraza al tallo hasta congelarlo, hasta sentir la calidez en los dedos y en las palmas, y observar una y otra vez cómo surgen las huellas en la piel.
El hombre cierra los ojos, respira, se levanta, los restos de tierra caen. Carga las cosas en su pequeño maletín de tela: el rastrillo, las tijeras, las hojas y los pétalos para leerlos luego. Camina y se aleja sobre la llanura de tierra negra. Camina. Camina hasta ver a la flor radiante en su centro en el instante de convertirse en un punto hasta desaparecer. Llega al marco de vidrio, pasea sus bordes, reconoce su rostro joven en la oscuridad del horizonte, sonríe y da un salto a tierra.
*Micro cuento del libro «El Color del negro».